La primera fecundación in-vitro
Martes. 25 de julio. Año 1978. El hospital general de Oldham empieza el día como todos los demás. Se escucha un llanto en uno de los quirófanos. Un llanto de energía. De ilusión. De vida. Es el llanto de un recién nacido que se mezcla con las lágrimas de sus progenitores. La melodía suena bien. Suena a que por fin, se ha cumplido un sueño. Una familia, como tantas otras, empezaba aquel día una nueva etapa. Ellos, sin embargo, también terminaban una larga travesía. Por fin.
Lesley y John Brown había intentado ser padres durante nueve años. Demasiado tiempo sin éxito ni respuestas. La ilusión, ese ingrediente que no debería tener fecha de caducidad, estaba a punto de prescribir. Entonces, la fertilización in vitro era un tema que se evitaba en la sociedad. También era un tratamiento que se investigaba de puertas hacia adentro. El sentimiento de soledad e incomprensión acompañó a la pareja durante el camino hasta que se cruzaron con el ginecólogo Patrick Steptoe y el Nobel de Medicina Robert Edwards. En silencio. Sin generar titulares. En la más absoluta discreción. Así trabajaron los científicos para desarrollar la técnica que haría posible la fecundación. Pero incluso ellos se pusieron límites. Por eso, cuando hablaron con Lesley y John, prefirieron dejar claro que “solo existía una probabilidad de éxito de una en un millón”. Y la encontraron. Esa probabilidad que se hizo realidad se llamó Louise.
El nacimiento estuvo envuelto entre polémicas. Era tanta la expectación que el parto de la pequeña se filmó para que quedara constancia. Lo que para la ciencia era un milagro, para la religión, en cambio, era una manipulación que no podía compararse con la experiencia del embarazo y la maternidad. Louise creció bajo la atenta mirada de los más recelosos. La prensa la bautizó como la primera bebé probeta del mundo y a día de hoy, todavía le acompaña esta expresión. A Louise no le quedó más remedio que demostrar que era una niña como otra cualquiera, a la que le gustaba jugar, sonreír, soñar. De hecho, antes de que su madre pudiera abrazarla, se la llegó a someter a 60 pruebas distintas para evidenciar que era un bebé normal.
La fecundación in Vitro (FIV) es la técnica de reproducción asistida en la que la unión de los óvulos y de los espermatozoides ocurre en el laboratorio. Si se produce la gestación, evolucionará de forma natural como cualquier otro embarazo.
El primer caso de fertilización in vitro supuso un antes y un después en la ciencia. Desde entonces, han nacido más de cinco millones de niños en el mundo gracias a los avances en la reproducción asistida. Aquí en España, el primer caso se produjo en el 1984. La pequeña, que nació en Barcelona y que ya ha cumplido 31 años, se llama Victoria, como la de las personas que pueden ser padres gracias a estos tratamientos. Porque la infertilidad no es un punto y final. Ya no. Después se pueden seguir escribiendo pasos. Hay sitio para la vida.